
Lo que más me gusta, de todos modos, la gran virtud, es que la historia le permite al niño comprobar que esa cosa que se desata cuando nos enfadamos puede ser muy negativa porque si no se controla, destruye, al tiempo que el protagonista asiste al descontrol observando, impactado, lo que pasa (favorece, pues, la toma de distancia y por lo tanto, la reflexión: "Mira lo que sucede si no controlas tu enfado", potenciando que el niño se ponga en esa perspectiva. En la medida que se da cuenta, la ira disminuye), tratando de reparar el daño, siendo consciente de hasta dónde llegó su ira y, finalmente, parándola (metiendo -contener- en una caja la alegoría de la ira) Y es que también el cuento ayuda al niño (¡y al adulto!) a que se dé cuenta de que todo empezó, y que nos enfadamos y descontrolamos, por tonterías…